Dame un amanecer, un rocío en la rosa. Un suspiro de tu boca, un mirar de tus ojos. La luz de tus pupilas. El cantar de tu ave preferida. Dame tu piel sobre la mía. Tus latidos en mi corazón. Una sola voz en los pinos. Un arrullo de aguas critalinas. Hojas caídas del árbol. Dame el vivir en tu vivir. El dormir en tus ojos cuando la noche grave golpee esta soledad de tu lejanía. Dame el saber que me amas y que piensas en mí...
¡Cómo quisiera gritar y que me oyeras! Poder decir lo que mi corazón sufre entre estos horizontes sin salidas. Soy una voz abandonada y huérfana. Un sonido que silencian. Un ala rota queriendo volar pero herida de indiferencia. A quién le importa un alarido en un tercer mundo. Una raíz de helecho o musgo adherido al muro pronto a expirar. ¿Qué significa un latido? A nadie le importa. Acaso observas la hoja marchita que vuela en la tierra. Te interesas por el que no come. Te importa el desvalido o el que le golpea el dolor y la sed. La cultura y el glamour, te gustan. Los buenos restaurantes. Trajes y fiestas son la orden del día. Aquí no hay esa sensación. Aquí la voz sale desnuda y con hambre. Sale con sed y harapienta. De nada sirve decir las cosas que duelen. Me duele el corazón. Tengo mis penas. Llevo mis dolores silenciosos. Quisiera volar e irme a parajes distantes. Ser un pájaro de primavera extinto de otoño. Y que recogiera del amanecer el rocío, el dulce rocío de esas manos que ayudan y que dan aliento en la desesperación.
AL BATIR la brisa tu flor forma círculos cromáticos. Esferas de luz carmesí, fragmentos de soles, volutas de fuego. Incendio de bosques. Y estás allí... Impregnada de fuerza volcánica. Un perfume tuyo envuelve el amanecer. Eres tímida y trémula. Así quiebras la luz en tu ígneo diamante de rocío. ¡Fuego y rocío! La lluvia te baña. Poderosa ráfaga y hojarasca. En jardines, plazas y calles floreces. Sigo tu pista detrás del crepúsculo cuando los amaneceres son más jugosos de fragmentos obsidianos de tu voz.