Hubo un hombre que tenía solamente mucho dinero. No tenía más nada ni a más nadie.Su dinero lo hacía poderoso y grande.
Se jactaba todo el día de pavonear sus riquezas al salir el sol dentro y fuera de casa y fanfarronear a viva voz: ¡soy muy rico, soy muy rico!
Su casa era de mármol incrustado en todas las paredes con piedras de lapislázuli para contactar con los espíritus guardianes sus pertenencias y no ser robadas, y en el jardín un pavo real de oro macizo sobre una fontana de alabastro puro,el oro era igual en sus baños, la piscina de material traído de la India, los muebles de Francia y un coche de oro y plata hecho en Italia por el mejor fabricante de autos. Sus riquezas eran incontables y su vida un lujo.
Era un hombre muy rico.
Podríamos decir el más rico del planeta tierra.
Pero al canto del pájaro en el árbol, al paso del viento sobre las ramas y al espejo del rocío sobre la hierba.
Al brote del sol entre las frondas, se sentía triste.
Era un hombre sin riqueza interior.
Pasa un mendigo cantando una dulce canción:
Brotan las ramas del árbol de nada te sirve tu mármol. La, la, la todo es vanidad.
Llora el hombre rico y al atardecer muere.
Ese día en el cielo el hombre rico va a un fuego devorador.
Su alma se quema lentamente.
Grita por querer volver y repartir sus riquezas entre los pobres y desposeídos.
De nada sirvieron sus riquezas. Y menos sus ruegos.
Se quemó todo lo que acumuló en su corta vida.
Se oye una canción: Las riquezas de nada sirven si vives solo para ellas. La, la, la se queman como centellas.
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