Recuerdo el olor de las guayabas en la casa de doña Eugenia .
Era un aroma de fresca dulzura en su patio.Y el perfume que dejaba la lluvia en la tierra luego de la pertinaz llovizna.
Don Evaristo con ese aplomo de hombre campesino y su sombrero de cogollo que llevaba muy bien puesto, y ese largo cigarrillo que empinaba cual si fuera un buen habano.
- ¡Acérquese pa aca para que vea los gallos de pelea que tengo!- me decía en su voz timbrada de hombre llanero.
-
Espere, ya voy para allá.
Doña Eugenia me había ofrecido una taza de café que sorbía poco a poco y me deleitaba viendo sus rosas como las cultivaba con una pureza inusual propias de unas manos puras y humildes como las de las mujeres del campo con ese raigambre de antaño ..
Don Evaristo poseía dos hermosos gallos marañón, con unas bellas plumas marrón y rojo que les sobresalía con un color muy llamativo, un hermoso ejemplar camaguey de plumas blancas y algunas de color marrón.Un zambo de aspecto como el azabache.
Un hermoso y no extraño gallo giro, de multicolores plumas, verdes , amarillas, tirando a plateadas , que le había regalado su cuñado Pancho en el cumpleaños de su hijo.
Aunque amante de las peleas de gallo, en Don Evaristo, la idea de tener gallos de peleas le había venido por su padre que tuvo en su niñez una gallera y que él muy pequeño solía
frecuentar allá en los llanos venezolanos.
Sin embargo, su pasión era otra, pues ninguno de sus gallos habían estado en una pelea, y si de verdad tenía el recuerdo de las peleas de gallo, y sin menoscabar que en su subconsciente tenía esa imagen de haber visto muchas peleas, allá en los adentros del llano de donde era su familia,su verdadero amor era contemplar esos hermosos ejemplares y gozarse de su belleza y físico.
La casa de doña Eugenia era una casa solariega que se había quedado estancada allá en el siglo 18. Vieja y vetusta casa de bloques de adobe y de ancha puerta y con ventanas de hierros antiguos colados y que podían creerse que eran inquebrantables e invencibles.
Uno y hasta varios caballos podían pasar a través de la puerta que daba hacia la calle de piedra y de ancha vía .
Un hermoso ejemplar de cotoperí florecía y daba sus frutos sigilosos en medio de un costado de la acera del frente y en su ventana cerca una roja y blanca trinitaria florecía
muy calladamente y que guardaba los amores de muchas parejas que se sentaban en un banco amarillo y se dicen que esos musgos escondían aquellas palabras e instantes de amor eterno que se juraban esas parejas que solían sentase allí... Secreto que confinado a sus quebradizas hojas lo guardaban entre sus raíces.
¡Ah el amor! El amor..
Don Evaristo había conocido a su esposa en unas fiestas patronales que se celebraban en Apure en la población de Elorza, cuyo nombre fue puesto en honor a un soldado de apellido Elorza y quién participó mucho tiempo al lado del General Páez, sobresaliendo por su valentía y bravura, propio del llanero venezolano.
Ese día de San José, en un recorrido que había hecho a pie Don Evaristo, quedó flechado al ver a Eugenia tomado del brazo de su padre, Don Carlos, prefecto de la población de Elorza y que caminaba muy presumidamente con su hija exhibiendo su joya de incalculable valor..
Y es que los llaneros tienen ese orgullo de saberse los padres con las hijas más bellas de la tierra, y no se podía esperar menos porque Eugenia era una alta y blanca mujer, de ojos color azabaches y de pelo negro, que contrastaba con su piel blanca.
Desde ese día Evaristo se la jugó todo por ella hasta el punto que a los años y no muy fácil pudo conquistar a la mujer que por primera vez le había quitado el sueño no de una noche ni de dos sino de muchas noches de insomnios por ese amor..
-Veo que está muy distraído don Esteban, ¿y en qué piensa? -
La voz de Don Evaristo se fue haciendo un largo eco en mis oídos.
Y fue saltando un recorrido de montañas y valles y de árboles y pájaros como una flauta que rompe su sonido en el viento.
Me quedé obsevándolo con mi café en la mano mientras me hablaba con su voz fantasiosa y melancólica, propia del llanero.
Y en breves minutos que parecían una eternidad, se me nublaron los ojos de la neblina que se iban formando con el aguacero que casi caía en la casa.
-En nada, Don Evaristo , en nada.- -Le dije con voz casi apagada.
-Muy hermosos sus gallos- -Qué recuerdos aquellos del pueblo cuando éramos dos niños y amigos.
-¡Y cómo pasa el tiempo!- Le inquirí, con voz quebrada.
Y mientras tanto percibí por mi piel el olor de la guayaba en el solariego patio de doña Eugenia cuando nos subíamos a ese árbol en el pueblo y solíamos arrancar las primeras frutas mojadas por la lluvia.
El olor a tierra mojada y a guayaba que nunca podré olvidar de esos recuerdos de mi infancia...
Rafael Deliso.
2/08/2016
El olor de la guayaba en el solariego patio de Doña Eugenia. by Rafael Deliso. is licensed under a Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional License.
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